Popy en Fin de Siglo
Calle 77 (5 de Julio), esquina avenida 17 (Baralt), edificio Fin de Siglo.
No sé si alguna vez Diony López, en persona, visitó Fin de Siglo. Sin saber si pisó la tienda, aseguro que sus discos sí estuvieron en las estanterías de las populares tiendas por departamentos, El Corte Inglés maracucho -expandido a Lara y Carabobo- en el que zulianos, barquisimetanos y valencianos compraron en algún momento de la historia.
Creo que la discotienda quedaba en el cuarto piso de la tienda de 5 de Julio. A mis papás les gustaba esa sede porque quedaba cerca de la casa y podíamos cubrir la distancia a pie, sin desmerecer que había las veces en las que se iba a Las Playitas, Plaza Baralt o La Limpia para buscar novedades. Una tarde me compraron un disco de Popy, justo en el que explica en canción cómo cepillarse los dientes.
Hay una anécdota familiar que cuenta que me antojé de llevar la bolsa del disco y ya a la salida, sin previo aviso, la ubiqué sobre la rendija de la puerta del ascensor y la dejé caer. Debía tener cinco años, así que el recuerdo es bien difuso. Lo cierto es que no me gustaba Popy.
Ya a esa edad tenía discos de Guaco y Daiquirí. De los caraqueños liderados por Alberto Slezynger tenía el disco inaugural, con Puro deseo de amar. De la banda zuliana, la placa de 1984 donde está Me gustan las caraqueñas y Un cigarrito y un café. Un álbum que el tiempo convirtió en clásico, porque era la era de los violines y las flautas bien marcados en el grupo, de Amílcar Boscán, Sundín Galué y Gustavo Aguado, y de un tema que hoy no pasaría la censura crítica de la época que corre: La gordita.
Mi papá los compró porque me gustaban canciones de ambos discos. No los compró para él, billómano incurable, era mucho más cercano a ser discípulo musical de Rogelio Martínez que de Gustavo Aguado.
El disco cayó y regresamos a la discotienda. Clase media venezolana en 1985, hijo de obrero petroquímico: si se le cayó el disco, le compro otro. Ya no quedaban más ejemplares en vinilo, pero sí en cassette. La novedad era que la cajita plástica musical venía adosada a la carátula vacía del disco, que traía un inocentísimo juego que hoy no resistiría la prueba de diversión de ningún niño de esa edad: Ponle el sombrero a Popy. El payaso sostiene, con sonrisa amplia, un cepillo de dientes eléctrico.
“…Clase media venezolana en 1985, hijo de obrero petroquímico:
si se le cayó el disco, le compro otro”.
En Lima me enteré décadas después que conocieron a Popy, aunque los niños peruanos sorteaban el terror de sus padres y sus mayores por la crueldad de Sendero Luminoso con la nacional Yola Polastri. En Venezuela, Popy fue líder de multitudinarios espectáculos musicales infantiles, además de estar detrás de la gerencia de Radio Caracas Televisión y la producción de varios programas de televisión, cuando se quitaba el bombín rojo y el maquillaje. Eso sí, el pelo no era peluca. Diony López lucía el mismo corte con traje y corbata.
Diony López no fue solo Popy. Compuso temas para Héctor Cabrera, Rudy Hernández, Mayra Martí, Felipe Pirela, para La Chilindrina y las Payasitas Ni Fu Ni Fa y para José Luis Rodríguez. Cuando aún no era “El Puma” y acababa de abandonar su puesto como bolerista de la Billo’s Caracas Boys, Diony aportó el tema No, no puede ser, para uno de los primeros discos de Rodríguez. Esa misma pieza fue grabada luego por los mexicanos Alberto Vásquez y José Sosa, cuando aún no era José José.
Popy falleció años atrás, Fin de Siglo no soportó la esotérica coincidencia de tener en su nombre la fecha de vencimiento: antes del año dos mil pasó a ser Supermart, una minimizado supermercado que subutilizó la enorme planta física que aún sobrevive en Maracaibo. Las bolsas, blancas, con ondas rojas y una petición en la parte superior, estaban en todas las casas: No se abra antes de salir de la tienda. Los mecanismos de seguridad eran un par de grapas sobre el ticket de compra. Otra Maracaibo, otra Venezuela, Popy en vez de Bad Bunny.
En Radio Selecta, la hora exacta de Venezuela llega por cortesía de La Jarra, en el Hotel Astor: las nueve y dos minutos.
Buenos días, Maracaibo.